Cuarto de invitados
María Negroni, poeta
“No hay escritura sin arbitrariedad”
Por Esther Peñas
01/06/2018
Podríamos decir que la poesía de María Negroni (Rosario, Argentina, 1951), que se extiende más allá del verso, es un grimorio para el alma, acaso un compendio de prodigios clasificados por la inicial de sus consecuencias. A sus poemarios (‘Exilium’, ‘Interludio en Berlín’, ‘Arte y fuga’, ‘La jaula bajo el trapo’, ‘Cantar la nada’…) se añaden sus novelas (‘El sueño de Úrsula’, ‘La anunciación’), sus traducciones (Valentine Penrose, Georges Bataille, Charles Simic…), sus inclasificables (‘Cartas extraordinarias’) y sus estimulantes trabajos sobre lo que habita los márgenes (‘El arte del error’, ‘Ciudad gótica’, ‘Galería fantástica’…) Si hace cinco años publicó ‘Elegía a Joseph Cornell’, ahora acaba de alumbrar ‘Objeto Satie’, ambos en la editorial Caja Negra. Hay un tercero que completa esta terna, aún no publicado en España, ‘Archivo Dickinson’.
Cornell, Dickinson, Satie. ¿Cómo convocas esa alquimia literaria, esa cábala lingüístico-semántica que permite que no pierdas tu voz cuando hablas en nombre de otro, y que ese otro no quede nunca traicionado?
Haces bien en mencionar los tres libros juntos porque en realidad, en mi cabeza, constituyen un tríptico: Un artista visual (Cornell) y un compositor (Satie) en los paneles laterales, y una poeta (Dickinson) en el panel central. Tomé así a tres artistas, de distintas épocas y geografías, cada uno con su instrumento o soporte, e intenté explorar su relación con el mundo, con el arte y con la vida. Los tres, de más está decirlo, son artistas que me interesan por distintos motivos y con los cuales me identifico. En cuanto a la posibilidad de perder la voz o no perderla, cuando se habla en nombre de otro, no sé bien qué responder, salvo que la voz supuestamente propia nunca es una sola sino más bien un conglomerado de voces discordantes: la otredad, como decía Rimbaud, le es constitutiva.
Dislocas el curso natural del lenguaje como si trabajaras con él en una fragua, y el resultado siempre es lo que asciende. Como Dickinson. Con Cornell compartes esa pulsión de vida por los bestiarios, por los Wunderkrammer o ‘cuartos de las maravillas’ o ‘gabinetes de saberes/curiosidades’. Me parece que a Satie te une ese gozoso sentido del humor que asoma en tus textos. ¿Quién de ellos es más tú?
Los tres tienen más elementos en común de lo que pudiera pensarse a primera vista. Si te fijas bien, los tres son artistas solitarios (y, además, solteros), los tres son coleccionistas (Satie coleccionaba paraguas, trajes de terciopelo azul y papelitos con ideas musicales y Dickinson tenía su famoso herbario), los tres son figuras excéntricas, los tres producen una obra notablemente singular e inclasificable. Por eso, me atraen. No sabría decir quién de ellos es más yo porque, de más está decir, no sé bien quién es yo. Pero es probable que cada uno de ellos me haya permitido explorar ciertos aspectos específicos que me interesan: en Satie, sin duda, la sorna, el desparpajo, el malhumor frente a lo contemporáneo, la capacidad de componer con un pie en la música clásica y otro en la música de cabaret.
‘Elegía a Joseph Cornell’, ‘Objeto Satie’ y ‘Archivo Dickinson’. Da la sensación de que en esta trilogía el elemento lúdico, ‘travieso’, que surca en los dos primeros desaparece en el tercero.
No estoy segura. La poesía es una de las formas más refinadas y sutiles del juego. Es también la continuación de la infancia por otros medios. Yo creo que la prosodia y la dicción de Dickinson son absolutamente lúdicas, a condición de agregar que ese juego es lo más serio que hay, lo que se busca es entablar una larguísima conversación con Dios.
Después de esta labor casi espeleológica en su vida, en sus asuntos, ¿qué es lo que más te fascina del músico?
Satie es un personaje entrañable, desfasado en todo sentido. Cuando conoce a los artistas jóvenes de la primera vanguardia parisina (Cocteau, Man Ray, Picabia, Picasso, Duchamp), él ya tiene más de 40 años. Para ganarse la vida, toca el piano en los cabarets de Montmartre, vive aislado en Arcueil, odia los eventos sociales y los premios, y compone miniaturas musicales, que están llenas de instrucciones incomprensibles para los intérpretes. Por lo demás, solo se le conoce una relación amorosa que duró exactamente 6 meses con la pintora Suzanne Valadon. Un fóbico, en suma. ¿Qué es lo que podría no fascinarme de Satie?
¿Cuánto de impostado –de haber algo- tiene su biografía?
¿Te refieres a la biografía que yo le invento? En ese caso, la respuesta sería: todo. No hay escritura sin arbitrariedad. Por supuesto, los datos biográficos son más o menos fieles, pero la interpretación es toda mía y asumo esa responsabilidad.
Especulemos un poco. El compositor John Cage rescató con vehemencia la figura de Satie, ¿qué tal se hubieran llevado ambos músicos?
John Cage también se fascinó con Satie. De hecho, debemos a Cage la primera ejecución de la misteriosa y maratónica pieza Vexations (compuesta de un solo motivo que debía repetirse 840 veces) que se estrenó en el Pocket Theatre de Nueva York el 9 de septiembre de 1963. Yo creo que se hubieran llevado bien. Incluso podrían haber compuesto juntos alguna música de mobiliario, hecha de azar y de silencio.
¿Sufrió, Satie, en algún momento, un “ataque ontológico”?
No lo puedo afirmar pero me inclinaría a pensar que vivía en un constante “ataque ontológico”.
“El único discurso legítimo es la pérdida”. ¿Cuál era, dónde se sitúa, en qué territorio, la pérdida de Satie?
La pérdida a la que se refiere esa frase es una parte constitutiva de la condición humana. Tiene que ver con la mortalidad, el carácter efímero de la experiencia, el dolor y la incerteza propios de la existencia. En ese sentido, Satie no tiene una exclusividad.
¿De veras se moría de aburrimiento con ese perímetro infinito de mundo interior que tenía?
Creo que debía morirse de aburrimiento y por eso creaba. ¿No es, acaso, el arte uno de los mejores antídotos contra el aburrimiento?
Tantas melodías de Satie están habitadas por armonías erráticas. ¿Cuándo el error se convierte en arte?
Yo diría que el error se convierte en arte cuando se vuelve ejemplar. Parafraseando a Beckett, podría decirse también que el arte empieza cuando se fracasa “mejor”.
Dandy, neurótico, con el desacato intacto, misántropo, con una irrefrenable querencia por lo pequeño (como Walser), cuando uno se adentra en su vida, ¿podría decirse que su manera de estar en el mundo fue su mejor obra artística?
No, yo diría que su mejor obra artística es su música, con esta aclaración: que la música y la vida no están separadas sino todo lo contrario. Una cosa informa la otra y viceversa.
Tal y como creía Satie, ¿no hay “cosa más repugnante que un sí bemol”?
Aparentemente no.